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El Colegio Mayor Universitario Chaminade (o Chami), sito en el Paseo Juan XXIII nº9 (Madrid) es un lugar irreal. Muchos han creído ver entre sus paredes un hospital psiquiátrico o un campamento de verano de larga duración. Todos aciertan.

El Chaminade acoge cada otoño hornadas de jóvenes maleables procedentes de lo largo y ancho de España (del estado español, que dirán otros). Y es ahí, en "éste nuestro mayor", dónde los púberes pierden la vergüenza, la dignidad, más tarde el hígado y, finalmente, su futuro laboral (en clara relación causa-consecuencia).

La dirección rige los designios del Chaminade de manera extraña. Sus miembros mezclan el diálogo con sanciones si la policía anda cerca; todo ello aderezado con un "toreo" digno de José Tomás en sus mejores tardes. Tampoco han faltado las conspiraciones ocupar los despachos allende los dominios de Beatriz, Emilio y María Jesús: "Golpes de Estado" que, hasta el momento, nunca han prosperado.

El espectro de colegiales es variado. Se tienen en cuenta criterios de procedencia geográfica, demanda de la carrera, aficiones personales y nota media del bachillerato. Las rastas y el pop han llegado a puntuar doble. La Ruta Quetzal y la pertenencia a boy-scouts valen por cinco. Ser hermano de colegial tiende a x. En definitiva: los estudiantes de óptica onubenses, que allá por los ochenta tuvieron un tío en el Chami, y que se ocupan del formalismo según Propp en sus ratos libres, tienen muchas posibilidades de entrar a formar parte del colectivo colegial. Si uno no es tan interesante, siempre queda la muy extendida técnica de Tirarse el Rollo.

Metropolitano, la zona de influencia del colegio, puede ser un territorio hostil. La proletarización del Johnny, el aburguesamiento del Negro, la bisoñez del Loyola, el esteticismo del Roncalli, el aislamiento del Isabel, el calentamiento global del Mara, los cascotes del Estudiantes, la hora menos de la Galdós y los cilicios del Moncloa son problemas tangibles que las buenas gentes del Chami deben afrontar.

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